jueves, 24 de enero de 2013

Aquella vez que fui paradigma

Parto de la base de que conocen el significado de la palabra 'paradigma'. ¡Ah!, ¿no? Pues la palabrita, muy utilizada en el ámbito de las ciencias, tanto físicas como sociales, se puede traducir al lenguaje cotidiano como ejemplo o modelo.

Pues bien, durante un tiempo yo fui paradigma de la educación tinerfeña, pues, por razones que se me escapan, para el diario tristemente ya desaparecido La Gaceta de Canarias durante un cierto espacio de tiempo yo, sí, yo, fui el modelo educativo de Canarias, el ejemplo omnipresente para mis compañeros y el referente único a la hora de representar a esta dura e incomprendida profesión de docente.

¿No me creen? Pues vayamos por partes:

El martes, 5 de diciembre de 1989, el ya citado diario local publicaba una noticia cuyo titular decía 'Alumnos de Hostelería buscan soluciones' y en la que se hablaba de los problemas surgidos en esa especialidad de Formación Profesional en el Instituto Politécnico 'Virgen de la Candelaria' Acompañaba la noticia una imagen en la que un grupo de alumnos reunidos en el salón de actos del centro, de los que cualquier experto en comunicación no verbal les diría que tenían una actitud que oscilaba claramente entre el tedio y el escepticismo, escuchaban las palabras que les dirigía un individuo  calvo, vestido con una cazadora de cuero y con los brazos cruzados.

Los que me conocen saben que esa calva forma parte desde hace desgraciadamente muchos años de mi figura. Sí, el que hablaba a los alumnos era quien esto les cuenta, a la sazón Director del centro y que trataba de explicar, con dudoso éxito, las gestiones que se estaban llevando a cabo con la Consejería de Educación para resolver el problema. Un fotógrafo de La Gaceta apareció por allí y tomó unas imágenes de la reunión y una de ellas se publicó en el periódico como complemento gráfico de la noticia. Pasó el tiempo, se resolvió el asunto y la vida siguió su curso.

Pero casi tres años más tarde, un compañero de trabajo me dijo por la mañana:

- Hoy sales en el periódico.

- ¿En el periódico? ¿Y eso por qué?

- No sé, tu sabrás.


Y efectivamente allí estaba yo otra vez. El escenario era el mismo, los alumnos apenas se habían movido y únicamente mis manos se habían desplazado hacia adelante en un gesto entre declamatorio y atemorizado. Pero en esta ocasión ya no se trataba de una reivindicación estudiantil. Allí aparecía yo, que soy de letras de nacimiento, como representante de los profesores de la Asociación Canaria para la Enseñanza de las Ciencias. Lo peor era que el pie de foto parecía dar a entender que se trataba de la clausura del VII Congreso de dicha asociación. Ya comenzaba a ser paradigma. Aguanté estoicamente las bromas de mis compañeros y disculpé el asunto atribuyéndolo a las prisas con las que se trabaja siempre en la prensa.

Pero la cosa no acabó ahí, no. En febrero del año siguiente volví a salir en el periódico. En esta ocasión volvía a aparecer la dichosa foto del salón de actos, pero ahora ilustraba otra noticia.


Informaba del gran número de docentes que por aquellos años habían dejado de dar clase para dedicarse a la política. La cosa no habría tenido mayor importancia para mí sino fuera porque en aquella época yo me encontraba en comisión de servicios en la Consejería de Educación ocupando un puesto de confianza. Dicho de otra manera, yo era a todos los efectos un desertor de la tiza, apelativo que damos en la profesión a todos los que dejan de dar clase una temporada para ocuparse de otros menesteres relacionados con la educación.

Pensé si debería decirle al director de La Gaceta que quitara mi foto o que me pusiera en plantilla, pero lo dejé correr y no volvió, espero, a salir ninguna foto mía durante una temporada.

Pero de aquella época me queda la idea de que para un periódico local fui, durante más de tres años un ejemplo para la profesión,  ¿O no?




lunes, 5 de noviembre de 2012

Jomeini

El verano de hace ya algunos años andábamos de viaje con unos amigos por ese verde norte de la Península y, tras visitar Cantabria, asentamos nuestros reales en un bonito hotel rural cerca de Villaviciosa, en Asturias. Era el primer viaje que hacía después de haber pasado por una latosa enfermedad a principios de año, por lo que tenía unas ganas enormes de disfrutarlo.

Allí nos fue a visitar la hija de nuestros amigos que, con su carrera de Medicina recién terminada, estaba en Valladolid preparando el examen del MIR. Pasamos un par de días juntos y uno de ellos nos dirigimos a Oviedo para girar la obligada visita a la ciudad.

Jomeini y yo en otro viaje en el que coincidimos años después.
Como se puede ver ya la había perdonado
Tras subir a Santa María del Naranco, ver la catedral y saludar a La Regenta, buscamos un lugar para comer en la calle Gascona. Teníamos ganas de probar lo más típico de la comida asturiana y, por supuesto, pedimos la inevitable fabada por la que yo llevaba toda la mañana relamiéndome. Tras una breve espera apareció sobre la mesa una sopera humeante de fabes con su compango que olía a gloria.

Cuando me disponía a servirme de aquel manjar de dioses, oí que una seria voz en la mesa me decía:

- Con lo que tú has tenido, no deberías ni probar la fabada.

Me quedé helado, busqué con la mirada algún apoyo entre los comensales. Mi mujer, inmediatamente, se puso de parte de la médico. La madre de la médico, también. El padre de la médico me puso cara de comprensión con un gesto como de "Date por jodido, Melchor".

La miré a la cara y me salió del alma decirle:

-Tú lo que eres es una médico fundamentalista. Tú eres, tú eres...¡LA DOCTORA JOMEINI!

Se partieron todos de risa, se sirvieron la fabada y se la zamparon delante de mí sin ningún remordimiento. Y yo me quedé, como diría Javier Krahe en su conocida canción, "con mi plato vacío como un gilip...." .

Pasó el tiempo y me acostumbré a llamarla Jomeini - de hecho así es como la tengo registrada en el directorio del móvil- y hace un poco más de cuatro años aquella joven médico abrió un blog y adivinen cómo lo llamó. Pues sí, han acertado, lo llamó El blog de la Doctora Jomeini. Y aquel nombre que le puse en un momento de cabreo aparece hoy en una página, que ha tenido un enorme éxito, en la que trata de la vida cotidiana, de su trabajo de anestesista, de la vida, en fin, y que va ya por casi tres cuartos de millón de lecturas.

Y ahora la doctora Jomeini, Ana, publica su primer libro y lo presenta a sus lectores y allí en la portada aparece el nombre que le puse un mediodía de verano de hace un montón de años y, qué quieren que les diga, lo siento como un poco mío (muy poquito porque el mérito es todo suyo) y sé que va a gustar mucho porque está escrito, igual que su blog, con mucho sentido del humor y con mucho sentido del amor.

No dejen de leerlo que les va a gustar.

lunes, 29 de octubre de 2012

Bilbao


Es un día de otoño en Bilbao. 

Estamos rodeando el Museo Guggenheim y descubrimos en una terraza la figura de un hombre solitario, vestido con un abrigo oscuro que se inclina levemente hacia atrás para hacer una fotografía en dirección al cercano puente de la Salve. 

Tras él, el muro del edificio compuesto por rectángulos de titanio se erige como un escenario casi de otro mundo.

martes, 23 de octubre de 2012

No me toquen los circadianos

El próximo fin de semana, como ocurre cada seis meses, surge otra vez la amenaza del cambio de hora. El de octubre, que dicen que es el bueno, nos permitirá levantarnos una hora más tarde pero, por contra, nos hundirá en las tinieblas de la noche apenas terminar "El secreto de Puente Viejo" de Antena3.

Otra vez tendremos que acostumbrarnos a un nuevo horario y combatir ese "mini jetlag" semestral que, no se si a ustedes, pero a mí me molesta cada vez más.

Debo de pertenecer a un grupo de riesgo para estas cosas. A medida que voy entrando en lo que yo llamo "la flor de la senectud", todos estas pijaditas que varían mi relación espacio-temporal con el universo me producen una gran desazón física y mental. No tener hambre a la hora de comer, o tenerla antes de la hora; no poder pegar ojo hasta una hora más tarde o dormirme en el sofá a las 11 y muchos ejemplos más que ustedes imaginan, todas estas variaciones me incomodan mucho.

Seguro que ya alguien anda diciendo que soy un finolis (doy la idea para que se queden ahí y no sigan subiendo por la escala de los adjetivos descalificativos) pero es que yo, apreciado lector o lectora, tengo muy sensibles los circadianos
.
Me explicaré. Dicen los sabios que la vida de todos los seres vivos está regida por una serie de ritmos que llaman circadianos -del latín circa diem o alrededor del día- que afectan profundamente a la vida diaria y que tienen una duración de aproximadamente 24 horas, pasadas las cuales vuelven a repetirse. Este bonito esquema que me he mangado en la red me permitirá ilustrarles sobre cómo funciona el asunto.


La imagen representa un día completo y en ella se hallan señaladas las distintas incidencias rítmico-vitales que nos van sucediendo a lo largo de la jornada. He de decir de antemano que no me parecen del todo exactas algunas entradas que aparecen. Pueden ver, por ejemplo, que entre las 15:30 y las 17:00 horas nuestro cuerpo oscila entre "Máxima velocidad de respuesta" y "Máxima fortaleza muscular". Yo les garantizo que lo único que tengo en ese tramo horario es "Máxima capacidad de quedarme roque en el sillón"

Y es que nuestro organismo se ve sometido a distintas horas del día a descargas de hormonas que rigen nuestra vida. Ese periodo de subida de melatonina nos prepara para dormir toda la noche como benditos, aunque como habrán observado yo guardo un poquito de esta sustancia para la siesta. Con estas descargas hormonales el cuerpo se va regulando y controla la temperatura, la presión sanguínea y el grado de alerta que tenemos.

Pero hay dos cosas que me preocupan sobremanera: La primera es la que se refiere a la supresión del movimiento intestinal a las 22:30. Imagínense a mi pobre intestino despistadísimo con el cambio de hora. Ya lo estoy oyendo decirme, según la ocasión, ¿pero tú no cenabas una hora más temprano o más tarde?  Pues yo voy a parar a la misma hora de siempre, así que tú verás lo que haces.

Sin embargo, de todo este asunto circadiano, lo que más me preocupa es lo que, según el esquema, ocurre a las nueve de la mañana. Sí, sí, me refiero a la testosterona. ¿De verdad creen que un hombre de mi edad puede permitirse el lujo de andar jugando con la hormona de la masculinidad? Ni locos deberíamos permitir que nos la mareen a la pobrecita con cambios de horarios ni otras chorradas por el estilo.

Mi cuerpo y mi espíritu piden que este sea el último cambio de horario y por todo lo expuesto insisto en decir ¡No me toquen los circadianos!


jueves, 18 de octubre de 2012

Venus, el Amor y la Música

El escritor y premio Nobel peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) saltó a la fama en 1963 con su novela La ciudad y los perros. A partir de ese momento ha ido elaborando una obra literaria que lo ha llevado a convertirse en uno de los grandes narradores en lengua castellana. Otras obras suyas son Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977) y La fiesta del Chivo (2000).

En 1998 escribe Elogio de la madrastra, en la que nos plantea un curioso triángulo erótico -formado por doña Lucrecia la madrastra, don Rigoberto el padre y Fonchito el hijo- a partir del cual elabora una extraña obra acerca del amor y la inocencia. Para acompañar el texto incluye una serie de cuadros de artistas como Bronzino, Jordaens, Boucher, Tiziano, Francis Bacon y Fra Angelico que describe de forma minuciosa.

De Tiziano, pintor de la escuela italiana del Renacimiento italiano, elige el cuadro de 1548 Venus recreándose con el Amor y la Música -cuya versión del Museo del Prado incluimos aquí- en el que representa a la diosa mientras escucha la música que toca un organista, acompañada por Cupido y recostada sobre un lecho delante de una ventana a través de la cual se pueden ver los jardines de una villa.

Dice el escritor:


Ella es Venus, la italiana, la hija de Júpiter, la hermana de Afrodita la griega. El tañedor del órgano le da lecciones de música. Yo me llamo Amor. Pequeñín, blando, rosáceo y alado, tengo mil años de edad y soy casto como una libélula. El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de los árboles de la alameda. En cambio, el sátiro de la fuente en cuya testa surte agua cristalina de una jofaina de alabastro, no lo está: es un pedazo de mármol toscano que un hábil artista venido del sur de Francia modeló. También nosotros tres estamos vivos y despiertos como el arroyo que baja de la montaña cantando entre las piedras o como la algarabía de los loros que vendió a don Rigoberto, nuestro señor, un mercader del África. (Los cautivos animales se aburren ahora en una jaula del jardín.) Ha comenzado el crepúsculo y pronto caerá la noche. Cuando ella llegue con sus andrajos plomizos, el órgano callará y yo y el profesor de música deberemos partir para que el dueño de todo lo que aquí se ve, entre a esta habitación a tomar posesión de su señora. Venus, para entonces, gracias a nuestra voluntad y buen oficio, estará pronta para recibirlo y entretenerlo como su fortuna y rango merecen. Es decir, con fuego de volcán, sensualidad de ofidio y engreimientos de gata de Angora.