lunes, 29 de octubre de 2012
Bilbao
Es un día de otoño en Bilbao.
Estamos rodeando el Museo Guggenheim y descubrimos en una terraza la figura de un hombre solitario, vestido con un abrigo oscuro que se inclina levemente hacia atrás para hacer una fotografía en dirección al cercano puente de la Salve.
Tras él, el muro del edificio compuesto por rectángulos de titanio se erige como un escenario casi de otro mundo.
martes, 23 de octubre de 2012
No me toquen los circadianos
El próximo fin de semana, como ocurre cada seis meses, surge otra vez la amenaza del cambio de hora. El de octubre, que dicen que es el bueno, nos permitirá levantarnos una hora más tarde pero, por contra, nos hundirá en las tinieblas de la noche apenas terminar "El secreto de Puente Viejo" de Antena3.
Otra vez tendremos que acostumbrarnos a un nuevo horario y combatir ese "mini jetlag" semestral que, no se si a ustedes, pero a mí me molesta cada vez más.
Debo de pertenecer a un grupo de riesgo para estas cosas. A medida que voy entrando en lo que yo llamo "la flor de la senectud", todos estas pijaditas que varían mi relación espacio-temporal con el universo me producen una gran desazón física y mental. No tener hambre a la hora de comer, o tenerla antes de la hora; no poder pegar ojo hasta una hora más tarde o dormirme en el sofá a las 11 y muchos ejemplos más que ustedes imaginan, todas estas variaciones me incomodan mucho.
Seguro que ya alguien anda diciendo que soy un finolis (doy la idea para que se queden ahí y no sigan subiendo por la escala de los adjetivos descalificativos) pero es que yo, apreciado lector o lectora, tengo muy sensibles los circadianos
.
Me explicaré. Dicen los sabios que la vida de todos los seres vivos está regida por una serie de ritmos que llaman circadianos -del latín circa diem o alrededor del día- que afectan profundamente a la vida diaria y que tienen una duración de aproximadamente 24 horas, pasadas las cuales vuelven a repetirse. Este bonito esquema que me he mangado en la red me permitirá ilustrarles sobre cómo funciona el asunto.
Sin embargo, de todo este asunto circadiano, lo que más me preocupa es lo que, según el esquema, ocurre a las nueve de la mañana. Sí, sí, me refiero a la testosterona. ¿De verdad creen que un hombre de mi edad puede permitirse el lujo de andar jugando con la hormona de la masculinidad? Ni locos deberíamos permitir que nos la mareen a la pobrecita con cambios de horarios ni otras chorradas por el estilo.
Mi cuerpo y mi espíritu piden que este sea el último cambio de horario y por todo lo expuesto insisto en decir ¡No me toquen los circadianos!
Otra vez tendremos que acostumbrarnos a un nuevo horario y combatir ese "mini jetlag" semestral que, no se si a ustedes, pero a mí me molesta cada vez más.
Debo de pertenecer a un grupo de riesgo para estas cosas. A medida que voy entrando en lo que yo llamo "la flor de la senectud", todos estas pijaditas que varían mi relación espacio-temporal con el universo me producen una gran desazón física y mental. No tener hambre a la hora de comer, o tenerla antes de la hora; no poder pegar ojo hasta una hora más tarde o dormirme en el sofá a las 11 y muchos ejemplos más que ustedes imaginan, todas estas variaciones me incomodan mucho.
Seguro que ya alguien anda diciendo que soy un finolis (doy la idea para que se queden ahí y no sigan subiendo por la escala de los adjetivos descalificativos) pero es que yo, apreciado lector o lectora, tengo muy sensibles los circadianos
.
Me explicaré. Dicen los sabios que la vida de todos los seres vivos está regida por una serie de ritmos que llaman circadianos -del latín circa diem o alrededor del día- que afectan profundamente a la vida diaria y que tienen una duración de aproximadamente 24 horas, pasadas las cuales vuelven a repetirse. Este bonito esquema que me he mangado en la red me permitirá ilustrarles sobre cómo funciona el asunto.
La imagen representa un día completo y en ella se hallan señaladas las distintas incidencias rítmico-vitales que nos van sucediendo a lo largo de la jornada. He de decir de antemano que no me parecen del todo exactas algunas entradas que aparecen. Pueden ver, por ejemplo, que entre las 15:30 y las 17:00 horas nuestro cuerpo oscila entre "Máxima velocidad de respuesta" y "Máxima fortaleza muscular". Yo les garantizo que lo único que tengo en ese tramo horario es "Máxima capacidad de quedarme roque en el sillón"
Y es que nuestro organismo se ve sometido a distintas horas del día a descargas de hormonas que rigen nuestra vida. Ese periodo de subida de melatonina nos prepara para dormir toda la noche como benditos, aunque como habrán observado yo guardo un poquito de esta sustancia para la siesta. Con estas descargas hormonales el cuerpo se va regulando y controla la temperatura, la presión sanguínea y el grado de alerta que tenemos.
Pero hay dos cosas que me preocupan sobremanera: La primera es la que se refiere a la supresión del movimiento intestinal a las 22:30. Imagínense a mi pobre intestino despistadísimo con el cambio de hora. Ya lo estoy oyendo decirme, según la ocasión, ¿pero tú no cenabas una hora más temprano o más tarde? Pues yo voy a parar a la misma hora de siempre, así que tú verás lo que haces.
Sin embargo, de todo este asunto circadiano, lo que más me preocupa es lo que, según el esquema, ocurre a las nueve de la mañana. Sí, sí, me refiero a la testosterona. ¿De verdad creen que un hombre de mi edad puede permitirse el lujo de andar jugando con la hormona de la masculinidad? Ni locos deberíamos permitir que nos la mareen a la pobrecita con cambios de horarios ni otras chorradas por el estilo.
Mi cuerpo y mi espíritu piden que este sea el último cambio de horario y por todo lo expuesto insisto en decir ¡No me toquen los circadianos!
jueves, 18 de octubre de 2012
Venus, el Amor y la Música
El escritor y premio Nobel peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) saltó a la fama en 1963 con su novela La ciudad y los perros. A partir de ese momento ha ido elaborando una obra literaria que lo ha llevado a convertirse en uno de los grandes narradores en lengua castellana. Otras obras suyas son Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977) y La fiesta del Chivo (2000).
En 1998 escribe Elogio de la madrastra, en la que nos plantea un curioso triángulo erótico -formado por doña Lucrecia la madrastra, don Rigoberto el padre y Fonchito el hijo- a partir del cual elabora una extraña obra acerca del amor y la inocencia. Para acompañar el texto incluye una serie de cuadros de artistas como Bronzino, Jordaens, Boucher, Tiziano, Francis Bacon y Fra Angelico que describe de forma minuciosa.
De Tiziano, pintor de la escuela italiana del Renacimiento italiano, elige el cuadro de 1548 Venus recreándose con el Amor y la Música -cuya versión del Museo del Prado incluimos aquí- en el que representa a la diosa mientras escucha la música que toca un organista, acompañada por Cupido y recostada sobre un lecho delante de una ventana a través de la cual se pueden ver los jardines de una villa.
Dice el escritor:
Ella es Venus, la italiana, la hija de Júpiter, la hermana de Afrodita la griega. El tañedor del órgano le da lecciones de música. Yo me llamo Amor. Pequeñín, blando, rosáceo y alado, tengo mil años de edad y soy casto como una libélula. El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de los árboles de la alameda. En cambio, el sátiro de la fuente en cuya testa surte agua cristalina de una jofaina de alabastro, no lo está: es un pedazo de mármol toscano que un hábil artista venido del sur de Francia modeló. También nosotros tres estamos vivos y despiertos como el arroyo que baja de la montaña cantando entre las piedras o como la algarabía de los loros que vendió a don Rigoberto, nuestro señor, un mercader del África. (Los cautivos animales se aburren ahora en una jaula del jardín.) Ha comenzado el crepúsculo y pronto caerá la noche. Cuando ella llegue con sus andrajos plomizos, el órgano callará y yo y el profesor de música deberemos partir para que el dueño de todo lo que aquí se ve, entre a esta habitación a tomar posesión de su señora. Venus, para entonces, gracias a nuestra voluntad y buen oficio, estará pronta para recibirlo y entretenerlo como su fortuna y rango merecen. Es decir, con fuego de volcán, sensualidad de ofidio y engreimientos de gata de Angora.
sábado, 13 de octubre de 2012
Los patos de la plaza de la Catedral.
Se ha desatado en estos días en La Laguna, ciudad donde vivo, un debate a cuenta de la intención del ayuntamiento de quitar un pequeño estanquito con patos que existe desde 1908 en la plaza de la Catedral y por donde generaciones de niños laguneros, y también de fuera, han pasado y pasan para verlos. Esta sí es una auténtica tradición local que según nuestros gobernantes debe desaparecer.
Los motivos son varios según la concejal Julia Dorta que los ha expuesto en un artículo del Diario de Avisos. Leánselo. Yo no he podido por menos que escribir un comentario a este artículo que les trascribo a continuación:
"Como nos tiene acostumbrados el ayuntamiento de La Laguna, ahora se les ha ocurrido la "volada" de fin de verano: quitar los patos de la catedral. Y, ¿saben cuál es el problema? Pues que muchos ciudadanos, que han perdido la fe hace tiempo en nuestra clase política, no creen que esta sea una decisión inocente y suponen, la experiencia enseña, que tras ella es probable que nos encontremos con otro asunto relacionado con el "progreso" de alguno de nuestros omnipresentes y egregios próceres.
Los argumentos empleados no se sostienen. Que los pobres animalitos viven encerrados en un espacio limitado, pues amplíese éste o pongan menos patos; que las condiciones higiénicas no son las idóneas porque la suciedad es patente y que hay malos olores (paso a menudo por ahí y creo que exageran un poco) pues Sr. Alcalde mande usted a limpiar con más frecuencia y cambie el agua más a menudo...
La concejala además se despacha en este artículo con dos afirmaciones. Primero dice que en ninguna ciudad del mundo hay animales así. Le sugiero que vaya usted a Barcelona, diríjase a la catedral de Santa Eulalia y verá que allí tienen ocas rodeadas de respeto y consideración ¡en el claustro!
La siguiente afirmación es de lo más chusco: quiere que la memoria de los patitos permanezca en la plaza de la Catedral en forma de figuras de bronce. La idea es tan requetebuenísima que deberían extenderla sustituyendo a todo el consistorio lagunero por sus correspondientes estatuas de bronce.
Nos ahorraríamos mucho dinero y muchas tonterías."
domingo, 7 de octubre de 2012
Recortes
No hablamos más que de recortes pero hoy quiero ofrecerles unos que no tienen que ver con la crisis económica sino con el arte cinematográfico.
En la escena final de Cinema Paradiso, Totó ve a solas en una sala de proyección los recortes censurados de películas que su viejo amigo Alfredo, el proyeccionista, había guardado. Mientras, suena la música de Ennio Morricone. Este epílogo antológico es un gran homenaje al cine. Recomendable para cinéfilos empedernidos.
Dirigida en 1988 por Giuseppe Tornatore, esta película ganó el Óscar a la mejor película en lengua no inglesa de 1989, el Globo de Oro en la misma categoría y el premio especial del jurado del Festival de Cine de Cannes del mismo año.
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