martes, 14 de agosto de 2012

El Panteón de Agrippa

Marguerite Yourcenar (1903-1987), poeta, novelista, dramaturga y traductora francesa. Es autora de libros de poemas como El jardín de las quimeras y Los dioses no han muerto y de novelas como Alexis o el tratado del combate estéril y Denier du rêve. En 1939, tras el estallido de la II Guerra Mundial, Yourcenar se trasladó a Estados Unidos, donde dio clases de Literatura Comparada. Tradujo al francés a Virginia Wolf y a Henry James.

Su novela más famosa, Memorias de Adriano, describe la vida y la muerte del emperador romano Adriano. El libro fue publicado en Francia en 1951, y fue un éxito inmediato, con una gran alabanza de la crítica. Tiene la forma de una epístola al primo de Adriano y su eventual sucesor Marco Aurelio. El emperador medita acerca de sus triunfos militares, el amor en la poesía y la música, y su pasión por su amante Antínoo. Fue traducido al español por Julio Cortázar. En el libro aparece una descripción de la cúpula del Panteón de Agrippa de Roma, obra arquitectónica del siglo II d.C.que se suele atribuir a Apolodoro de Damasco.

"Jamás la primavera romana había sido más dulce, más violenta, más azul. El mismo día, con una solemnidad más recogida y como en sordina, tuvo lugar en el interior del Panteón una ceremonia consagratoria. Había corregido yo personalmente los planes excesivamente tímidos del arquitecto Apolodoro. Utilizando las artes griegas como simple ornamentación, lujo agregado, me había remontado para la estructura misma del edificio a los tiempos primitivos y fabulosos de Roma, a los templos circulares de la antigua Etruria. Había querido que el santuario de Todos los Dioses reprodujera la forma del globo terrestre y de la esfera estelar, del globo donde se concentran las simientes del fuego eterno, de la esfera hueca que todo lo contiene. Era también la forma de aquellas chozas ancestrales de donde el humo de los más arcaicos hogares humanos se escapaba por un orificio practicado en lo alto. La cúpula construida con una lava dura y liviana que parecía participar todavía del movimiento ascendente de las llamas, comunicaba con el cielo por un agujero alternativamente negro y azul. El templo abierto y secreto, estaba concebido como un cuadrante solar. Las horas girarían en el centro del pavimento cuidadosamente pulido por artesanos griegos; el disco del día reposaría allí como un escudo de oro; la lluvia depositaría allí un charco puro; la plegaria escaparía como una humareda hacia ese vacío donde situamos a los dioses. La fiesta fue para mí una de esas horas a las que todo converge".

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