Atardece en las viejas calles de Pompeya y
un perro de los muchos que vagan por la ciudad proyecta una alargada sombra
sobre las desgastadas piedras del pavimento de la vía.
Mirando al animal me pregunto si será
descendiente de aquel otro perro pompeyano que murió encadenado en el zaguán
porque nadie de la casa de Vesonius Primus, también llamada casa de Orfeo, se
acordó de soltarlo cuando estalló el Vesubio en el año 79 d.C. y cuyo molde en
yeso, como los de cientos de habitantes de la enterrada Pompeya, nos acerca el
drama de los últimos momentos de la vida durante la erupción del volcán.
La tarde va cayendo lentamente y cuando
abandonamos la ciudad me acompaña la imagen de los dos perros y una sensación
de indefinible melancolía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario